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Flores en el ADN británico

Los jardines, como la cerveza o el fútbol, forman parte de la idiosincrasia británica

04/07/2011 Autor: El Corrreo.com

 

Si como dicen en las islas, para un inglés, su casa es su castillo, el jardín es entonces el lugar del descanso del guerrero británico, un pequeño oasis de felicidad en el que la azada hace las veces del sable y la flor se convierte en la amada. En un país en el que llueve por lo menos cada dos días y el sol apenas se atisba en el cielo, los británicos adoran hacer crecer en la parte trasera de sus casas pequeños campos de flores que quizá devuelven en el subconsciente patrio a las bucólicas imágenes de la Inglaterra medieval. Como dicen en las web facilísimo.com, “los británicos han sabido plasmar su cultura y forma de ser a través de sus jardines, donde el fiel respeto por la naturaleza deja paso a un aparente azar, en el que todo tiene su orden”.
 
Jardines’ es una de las decenas de suplementos que completan los vigorosos periódicos dominicales en el Reino Unido. Se trata de una sección imprescindible, como las esquelas en los regionales españoles: si un día desapareciera, decenas de compradores huirían del kiosko. Porque el jardín forma parte del ADN británico como la cerveza o el fútbol y en ellos, al igual que las flores, brotan las historias humanas.
 
El Daily Telegraph acaba de entregar sus premios ‘Jardines contra todo pronóstico’. Con estos galardones, el periódico “honra a los jardineros cuyos esfuerzos nos inspiran y revitalizan las comunidades”. Es decir, el jardinero como ejemplo para la sociedad.
 
Todos los premiados protagonizan historias de superación. Las GALS (Girls About Leamington Spa), por ejemplo, transformaron un área degradada, Dell, en un parque para disfrute de los niños y mayores. La “querida” Elspeth Thompson, otra de las jardineras reconocidas por el Telegraph, utilizó el poder de las flores para luchar contra la tristeza.
 
El ganador de la edición del 2011 se llama Andrew Barnett y trabajaba como profesor, pero hace diez años, un ataque de nervios seguido de una depresión le llevó al borde del suicidio. “Incapaz de trabajar”, cuenta el periódico, “él se volcó en la jardinería”. Y tanto lo hizo que convirtió su rincón en uno de los lugares más visitados en la pequeña localidad de Wilsden, cerca de Bradford. Colocó carteles en los establecimientos del municipio, en las floristerías y por todo Wilsden, y sus plantas tomaron fama en la zona, de tal manera que comenzó a venderlas y dedicó los beneficios a fundaciones que investigaban contra el glaucoma.